Mi breve tratado del corazón (abierto) | Luis Romani

Se ha dicho que los grandes acontecimientos del mundo tienen lugar en el cerebro. En el cerebro, y solo ahí, también tienen cabida los grandes pecados de la tierra.

 

Los grandes amantes siempre se veían a escondidas ¿no? Los grandes amores siempre son secretos, intensos, y bien breves.

La primera vez que escuché hablar sobre el semen fue en la primaria. Supe que los varones secretaban una especie de líquido durante las noches en las que tenían sueños prohibidos usados por Lilith.

Jugar con la naturaleza del amor solo conduce a catástrofes así.

Leer la casa y la habitación es leer la intimidad. ¿Imagínate leer las notas y el diario de un artista? No está solamente desnudo, sino desmembrado, ni él sabe lo que puede encontrar allí.

Escribir entonces es poner un corazón sobre la mesa de cirugía. Y pinchar.

Imagínate el bullicio de una casa infestada de gente. Dos cuartos. Un baño. Ningún sitio donde poder esconderse a masturbarse o leer.

Ojalá me hubiera llamado Fernando.

Ojalá nunca le hubiera contestado.

 

No voy a hablar sobre Fernando o los amores que le siguieron porque es doloroso, o dolía. El tiempo pasó. No sé. Hace rato que no pronuncio su nombre. Solo diré que, para haber dolor, primero tuvo que existir esa otra cosa, pero no la hubo. Uno no puede enamorarse luego de tres noches de conversaciones largas sobre la civilización en América, los ovnis y el narcotráfico, mientras se proyecta un Harry Potter en la tele y el autobús se pierde en alguna carretera del bajío para terminar con la ropa tirada en el piso… no, no basta. No es suficiente con sentir. Aunque a Shakespeare le bastó. Le bastó a Julieta y a Cleopatra matarse porque no podían vivir sin su Romeo y su Antonio, y viceversa. Fueron suficientes tres días. “¡Oh, dulce amor nacido de mi odio, pronto te vi y tarde te conocí!”

 

Anoche hablé con la luna. Le pregunté cómo podría decirle a mi padre que estaba decidido a ser escritor. Nadie en esta ciudad de fábricas, tráileres y narcos se dedicaba a escribir. El humo y la ceniza siempre nublaban el cielo. Al mundo lo cubrían titulares de periódico con sus balazos y descabezados. Le pregunté a la luna cómo podría dormir si mi cabeza no dejaba de taladrar.

Me imaginé que toda la naturaleza tenía una boca parlante y me ayudaba a descubrir cómo decirles a mi padres el porqué de mis cosas. Me pareció demasiado cursi y trillado entregarles una carta si podía solo pararme a hablar. No es que fuera a cometer un crimen o revelar mi salida del armario. Aunque claro que la más grande salida del clóset es decirles a tus padres qué sueñas con ser en la vida.

Cuando lo descubrí, en una ilustración de internet, me asusté, se me revolvió el estómago. Es la información que más me ha impactado conocer: el pene se insertaba, atravesaba, perforaba, apuñalaba, invadía, penetraba la vagina y orinaba dentro, así se hacían los bebés. Me dio terror, no me imaginaba haciendo eso. Me conformaba con los besos entre personas bonitas.

 

¿Por qué nos escondemos?

¿Por qué por sus güevos alguien no va a salir vestido como quiere?

¿Por qué el mundo es así de culero?

Si viviéramos en un prado solos tú y yo ¿qué haríamos?

¿Dejar de voltear hacia atrás?

¿Coger en todos lados?

¿Por qué no está bien?

¿qué quiere decir tengo el corazón hecho un puño?

 

Las vocaciones son como las preferencias sexuales. Uno no las escoge. Solo te gusta y ya.

Las historias son ejercicios emocionales que uno puede hacer sin correr el riesgo de padecer las consecuencias “reales”. Eso hace la ficción en sí. Aunque la realidad siempre termina siendo más devastadora.

Dicen que entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz… ¿saben realmente lo que quiere decir eso? Que mientras no se respeten los derechos de todos, entonces no tiene por qué existir paz. El hombre realmente nunca ha llegado a vivir los tiempos de paz. Quizá, tregua, pero no es suficiente. Nunca lo es.

Si tuviera otra oportunidad hubiera preferido reencarnar en alguien más.

¿Cómo le haces para detestar algo y quererlo al mismo tiempo?

Es increíble como el internet permite congelar la memoria. Es un cerebro abierto. Pero los diarios son el corazón humano reventado a puro músculo.



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