Constanzza, una canción de amor a la vida | Luna Bretón

 Por: Luna Bretón
Mi corazón lo escuché latir, era tan débil, a la vez ¡tan intenso! ¡tan resistente! como para seguir palpitando. Su frecuencia cardiaca llegó a 38 palpitaciones. Mi cuerpo tenía frío, mi corazón era una gota de agua, que solidificaba su estado similar a un pedazo de hielo. A pesar de los latidos tan débiles, tan lejanos que ya no golpeteaba con vida mi pecho, los pequeños impulsos mantenían un milagro, aún había vida. Clínicamente a lo lejos la voz del médico decía: "se nos está yendo". 
Y ¡sí! sentí que algo en mí quería soltarse, y no era precisamente mi pequeñita... ¡ella! su corazón hacía un hermoso y tierno canto que detonaba su eco declamando un poema de amor, lo único que hacía retumbar mi pecho. Eso me alentaba a seguir luchando, esperaba aumentar los latidos de mi corazón y continuar vibrando los dos corazones dentro de mí.
Mi hermoso ser se abrazaba a mis entrañas cuando comenzó a sentir que su coraza empezaba a relajar sus músculos. Ella había emprendido una lucha por existir desde que se anidó en el calor de mi templo, lo primero que vibró fue su corazón y cuando eso sucedió el mío la acompañó con el dulce canto del amor. 
El respirar era cada vez más complejo y doloroso, ya estaba tan cercano a la última bocanada de vida, aun así, el lejos sonido de mi corazón que se iba perdiendo en un abismo, reaccionó a una fibra muy interna que impulsó a seguirlo para traerlo conmigo.
Salí de mí corriendo con el corazón de mi pequeña en mis manos y llevándole y protegiéndolo sobre mi pecho, ese vibrar me impulso a seguir a moverme para alcanzar mi cansado corazón tan lejos y punto de perderse para la eternidad.
Había médicos, enfermeras y aparatos aferrados a que me quedará ahí, en la helada plancha quirúrgica, pero no podía hacerlo, necesitaba salir para recuperarme, para salvarme porque de lo contrario estaría apagando los latidos del pequeñito corazón que me acompañaba en busca del mío.
Ella era más fuerte que yo, ella aún sin despertar a mi mundo mostraba tal fortaleza que me motivaba a ir detrás de mí.
Cuando logré coger mi corazón, mis manos vibraban al mil, al unísono del pequeño corazón de mi guerrera, nos aferramos a mantenernos unidas y latiendo juntas nuestros potentes corazones para salir victoriosas del difícil camino de batalla.


Llegó el momento que sacaron ese pequeñito y férreo corazón de mí y hoy que lo escucho latir cuando en un abrazo envuelvo a mi pequeña Constanzza que me canta con sus latidos una canción de amor a la vida.

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