Apuntes sobre la secreta amistad del corazón y el culo | Jaim Schulz

Jaim Schulz

Como buen sumiso, hago mías, reivindicándolas en su verdad, las palabras prejuiciosas que Gustave Flaubert dirigió a su amante: "Usted confunde el culo con el corazón".  Si el corazón es un músculo y late, y si el trasero es una afortunada conjunción de músculos y tibias grasas, que puede ser batido rítmicamente -sístole y diástole del vuelo  de palas, palmetas o desnudas manos- por la pasión punitiva de una sabia, decidida y magnífica Dueña, ¿no podrá existir un secreto acorde, un carnal y espiritual vaso  comunicante entre el culo y el corazón? Y, si, además, hemos históricamente depositado en el órgano cordial aquel diván-oráculo en el que se develan las certezas  profundas del afecto ("es verdad, lo siento en el corazón"), ¿no se revela en el culo zaherido, en sus rubores, en su ardor ("fue verdad, las nalgas todavía me escuecen")  la veraz existencia de los misterios irreductibles del amor y del deseo, esos que llevan a una mujer y a un hombre a adentrarse en la cordial -no obstante rigurosa- amistad  de la Dueña y el siervo? Y si recordar es pasar de nuevo la huella de los hechos por el laberinto del corazón, ¿no atesora el culo, en la encarnada e hirviente caligrafía  de las nalgadas, la memoria de un conmovedor encuentro? El culo brilla, el corazón esplende. Se miran y se sonríen mutuamente.


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